viernes, junio 01, 2012
Climax road, Vanesa Pérez-Sauquillo
Rialp, Madrid, 2012. 64 pp.
9,50 €
Ariadna G. García
Ariadna G. García
En 2001 Vanesa Pérez-Sauquillo publicó
su primer libro de poemas, Estrella por la alfombra,
al que siguieron Vocación de rabia
(2002) y unos años más tarde, Invención de gato y Bajo
la lluvia equivocada (ambos en 2006). A lo largo de su
trayectoria poética, trufada de premios, ha sabido combinar dos tipos de
discursos: uno coloquial, donde abundan las imágenes urbanas y los símbolos
sacados del modelo de desarrollo económico actual (valga como ejemplo el
espléndido éste es mi contestador
automático); y otro mucho más lírico, de corte irracional, a menudo
violento y desgarrado («pero a pesar de todo no cambiaría/ todo tu polvo rosa
de cometas/ por un frasco de esencia putrefacta casera./ Siempre tuve muy mala
soledad»). En su último libro de poemas, Climax road, predomina
la estética segunda. No obstante, lejos de la ira que inflamaba los versos de
sus primeros libros, encontramos aquí un tono reposado; el tono de quien por
fin se aparta de las aguas turbulentas del río, de los rápidos y caídas
ruidosas, y descansa en un cauce silencioso.
Cualquier manual de teoría de los
géneros literarios atribuye a la lírica unos preceptos que Vanesa
Pérez-Sauquillo trata de desmentir con sus obras. Siempre
indagando nuevas posibilidades expresivas, Vanesa
concede gran importancia a la creación de personajes, al desarrollo argumental,
al espacio y a la cronología. Hibrida narración y poesía, acción y pensamiento.
Su itinerario poético es estrictamente personal. No sigue rutas, se limita a
caminar.
Climax road relata una
historia de amor. Se desarrolla en un lugar mítico, Farmington, pueblo que
recuerda al idílico Espectro de Big Fish (Tim
Burton, 2003): «Tan pronto como llegas/ te descubres ya en
marcha/ tratando de volver». Allí, la protagonista del libro entabla relación
con el niño de hierba, semidiós por quien «el bosque se abría en claros, para
descanso de tus ojos». Su grandiosidad genera vida («por ti las bravas
amapolas»), su dulzura sana («rehiciste los fragmentos en el aire/ y de la
geometría/ creaste el terciopelo») y su humildad seduce («me deshago/ como un
banco de peces/ a tu encuentro»).
El resto de personajes representan,
cada uno, un pecado capital. Simbolizan la imperfección, el desbordamiento de
las debilidades humanas. Crazy, Kurt, Liz, Valerie, Tom, Ed y Maddie
constituyen la antítesis de la perfección que encarna el niño de hierba.
Poemas-fotogramas. Vanesa
Pérez-Sauquillo concibe los textos como partes de un todo. Si
bien es posible la lectura aislada de las composiciones, es en el conjunto del
libro donde adquieren su pleno significado. No obstante, de entre todos,
destaca el poema XXIV, un himno a la delicadeza, a la esperanza, al compromiso
y a la insurrección moral dedicado a los ambulantes, quienes «ven en la niebla
de las uvas/ los caminos secretos de la luz».
Autora de potentes imágenes, Vanesa ha forjado con sus versos una aldea idílica, bella, protectora y salvaje, lo suficientemente cálida como para que la amante renuncie a su pasado para quedarse en ella. Ésa es su elección. Apuesta su futuro a una carta, el as de corazones («Mi amor haría crujir las hojas/ hasta el tuétano mismo de la savia/ si tú me lo pidieras»).
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